De pedacerías y mujeres de párpados cerrados
Por Luis Ignacio Sáinz, 2022

Con rostro y sin facciones, retratos y máscaras, mujeres de belleza serena que eriza los sentidos de quienes las observan, reinas depuestas de sus tronos y sitiales, pedacerías reconstruidas como rompecabezas fallidos, escudillas, pomos y utilitarios ensamblados en precario y deliberado kintsugi (金継ぎ, “ensamblado dorado o con oro en polvo y/o en estado líquido), vestigios de cefalópodos a partir de su tinta y una impronta como sello en ánfora que contiene sus tres corazones, un cerebro y ocho brazos-tentáculos con potentes ventosas que irrumpen a la luz del día, saliendo de la clandestinidad y abjurando del silencio, gracias a la magia creadora de unas hebras de barro amasadas por manos que vienen de la lejanía, son de hoy pero también de siempre y anticipan el futuro, ese dios desconocido.

Alfarera sorprendente, Jeanne Saade Palombo se ha reinventado en la sensualidad de la cerámica, nada más parecido a caer en hibris (ὕβρις, “desmesura”), la pretensión de emular a los hacedores de la vida y lo viviente. Y, para sorpresa de propios y extraños, lograrlo: otorgarle existencia a la arcilla.

Desfile de objetos que evocan con discreción otros rituales compositivos, los de la pintura y el dibujo, los de la figuración y la abstracción, los del color o el engobe y la monocromía, entre cuyos pliegues se refugia el pudor del modelado, el aleteo de las formas que despiertan de sus prolongados letargos para insuflarnos paz y armonía… para inocularnos caos y desasosiego, a según cavilen, mediten o sufran las almas y las conciencias…